Durante nueve años el candado que impedía conocer uno de los capítulos más importantes en la historia de Ana Belén Montes, la mujer que entregó por 17 años -hasta 2001- información clasificada para Cuba y que ha sido considerada como “una de las espías más dañinas de la historia de Estados Unidos”, permaneció cerrado. Pero el 25 de abril pasado el Departamento de Justicia norteamericano giró la llave de ese cerrojo y permitió conocer los detalles de cómo la inteligencia cubana reclutó a Montes. La información se conoció luego de hacerse pública la acusación contra la también portorriqueña Marta Rita Velázquez, por cargos criminales de asociación ilícita para espiar.
Esos cargos se mantuvieron en secreto desde 2004, cuando los investigadores, siguiendo las hebras de la historia de Montes, llegaron hasta Velázquez -quien actualmente reside en Suecia- y comenzaron a armar el puzzle. La portorriqueña trabajó en el Departamento de Transporte hasta que en 1989 entró a la Agencia Estadounidense de Cooperación (Usaid). Pero en 2002 renunció a su cargo y dejó el país rumbo a Estocolmo, meses antes de que Ana Belén Montes fuera declarada culpable y condenada a 25 años de prisión. La salida apresurada de Velázquez tenía un claro motivo: ella misma había trabajado para Cuba y, más importante aún, había logrado el reclutamiento de Montes.
El documento divulgado por el Departamento de Justicia, el jueves de la semana pasada, entrega detalles desconocidos hasta ahora. Velázquez y Montes se conocieron a comienzos de los 80 en la Escuela de Estudios Internacionales Avanzados de la Universidad Johns Hopkins, en Washington DC. Ana Belén, quien realizaba ahí un master, ya estaba trabajando en el Departamento de Justicia donde manejaba documentos secretos y delicados. Ya durante sus años en la Universidad de Virginia y con ocasión de un programa de intercambio en España, Montes había comenzado a abanderarse con posiciones izquierdistas.
Velázquez, quien ya llevaba al menos un año trabajando para los cubanos, estrechó su amistad con Montes, considerando su origen en común y sus intereses políticos. Eran los años del gobierno de Ronald Reagan, el financiamiento de la contra nicaragüense y el recrudecimiento de la Guerra Fría y de los enfrentamientos con Cuba. En 1984 la funcionaria del Departamento de Transportes se animó a sumar a la mujer del Departamento de Justicia. Marta Rita Velázquez invitó a cenar a Montes y allí le dijo que tenía amigos que podían ayudarla a cumplir sus anhelos de “ayudar al pueblo de Nicaragua”.
En diciembre de 1984 ambas viajaron a Nueva York donde se reunieron con un oficial de la inteligencia cubana, identificado en la acusación como “M”, y que integraba la misión de Cuba ante Naciones Unidas. Meses después se volvieron a reunir con “M” en la Gran Manzana, y a fines de marzo de 1985 Velázquez y Montes viajaron a Madrid, donde otro cubano les proporcionó pasaportes falsos con los que viajaron a Praga. Ahí se reunieron con el agente “F” y volvieron a recibir documentos falsos y les entregaron ropas para su viaje a La Habana.
Durante su estancia en la capital cubana, en la primera mitad de abril de 1985, las mujeres recibieron entrenamiento de inteligencia, incluida la codificación y decodificación de mensajes para transmitirlos por radio de onda corta. Por iniciativa de ellas, según el documento del Departamento de Justicia de EE.UU., fueron sometidas al polígrafo o detector de mentiras para conocer el procedimiento y tratar de engañarlo, de llegar el caso, en Estados Unidos. De regreso hicieron la misma ruta (La Habana-Praga-Madrid-Washington) y en la capital española tomaron la precaución de tomarse algunas fotos turísticas para justificar su supuesto viaje de vacaciones.
De regreso en Washington, entre junio y septiembre de ese año, fue Marta Rita Velázquez quien ayudó a Ana Belén Montes a obtener un empleo en la Agencia de Inteligencia de Defensa (DIA), dependiente del Pentágono, donde fue seleccionada para trabajar como analista de defensa. Una vez que Montes quedó bien ubicada para su trabajo de espía, ambas portorriqueñas rompieron relaciones, como parte de la compartimentación requerida por parte de sus superiores en La Habana. Y lo hicieron con una sonora, pero falsa discusión que puso fin a su amistad.
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Fuente
Mundo
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